miércoles, 26 de julio de 2017

Decálogo del perfecto cuentista, por Horacio Quiroga

I

Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov— como en Dios mismo.

II

Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V

No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI

Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII

No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX

No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

X

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

martes, 25 de julio de 2017

Investigación de las corrientes marinas

“En 1994 una tormenta barrió de la cubierta de un barco de carga coreano 34.000 pares de guantes de hockey sobre hielo en el Pacífico. Los guantes, arrastrados por la corriente, viajaron desde Vancouver hasta Vietnam, ayudando a los oceanógrafos a rastrear las corrientes con más exactitud de lo que nunca habían hecho”. (Bill Bryson, Una breve historia de casi todo)

lunes, 24 de julio de 2017

Algo sobre ganarse la vida

“Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de estas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno. Lo mismo que la crédula viuda que un día se despierta para comprender que el joven encantador se ha marchado con todos sus ahorros, el que accedió a ser entrevistado aprende su dura lección cuando aparece el artículo o el libro. Los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que ‘el público tiene derecho a saber’, los menos talentosos hablan sobre arte y los más decentes murmuran algo sobre ganarse la vida”. (Janet Malcolm, El periodista y el asesino)

viernes, 21 de julio de 2017

Talleres literarios, por Juan Martini

El taller literario es o debería ser el espacio en el que un escritor transmite sus experiencias de lecturas y sus reflexiones sobre el arte de escribir ficciones a un grupo de personas que escriben o quieren escribir y necesitan un acompañamiento que sostenga y promueva ese deseo. No se debería dar un taller literario, creo, si no se ha leído a Kafka, a Borges, a Flannery O’Connor, a Faulkner y a Onetti. No hace falta nombrarlos una sola vez, pero no será lo mismo si no se los ha leído. Un escritor en un taller literario tiene que saber qué son la estructura de una narración, el punto de vista, el narrador, las voces narrativas y la verosimilitud. Si nunca ha pensado en eso el escritor encontrará otras maneras de ganarse la vida pero sepa que no puede enseñarle nada a nadie.

Quienes van a un taller literario quieren escribir, necesitan que alguien los oriente y reclaman un saber en el escritor que se sienta frente a ellos. Poco importa que el escritor les diga que él no les va a enseñar a escribir. Eso es cierto, sepa o no sepa lo que hace. Pero quien va a un taller sabe lo que quiere, o lo intuye, o sueña con ello. Un escritor hace saber que entiende eso y que está dispuesto a cumplir con lo que se espera de él antes de abrir la boca: lo hace saber, casi siempre, cuando contesta el mail de consulta o la llamada y hace las primeras preguntas. El escritor que da talleres literarios tiene más preguntas que sus alumnos y la pregunta es uno de los caminos más fértiles para la transmisión de una experiencia.

Un escritor debe admitir sin vergüenza que después de la Poética de Aristóteles no ha encontrado en la teoría literaria nada más claro para hablar de la estructura y de la verosimilitud de un relato. Y debe poner sobre la mesa que los cuentos de Borges son lecciones que tocan todos los puntos ya señalados como básicos; que los cuentos de Cortázar son impecables en hacer invisible la ingeniería que lleva a sus finales; que la novela breve Los adioses de Onetti lo dice todo acerca del punto de vista; que la Crónica de una muerte anunciada es el único libro que no se debe dejar de leer de García Márquez por su acierto en ese género periodístico tributario de la narración que es la crónica y también por su destreza en el punto de vista; que Rulfo, Cortázar y Silvina Ocampo huyen del realismo pero no desembocan en el abismo intolerable del realismo mágico sino en una dimensión épica del fantástico; que Hemingway, Flannery O’Connor, Carver y Piglia son diestros en llamar la atención del lector hacia un punto que no es el esencial pero sin el cual sus cuentos no serían deslumbrantes.

El escritor que se sienta frente a un grupo, una vez por semana, y dirige un taller en el que se lee y se comenta lo que escriben los miembros del grupo; en el que se habla de la escritura como de un lugar de invención y elaboración; en el que se vinculan los modos de contar una historia con el cine, sobre todo, y con todas las artes, incluida la pintura, y las artes menores pero que cuentan historias; el escritor que conduce un taller le debe a su propia experiencia como escritor haber reflexionado sobre todos o casi todos los problemas que acechan a quien escribe: desde la mal llamada página en blanco hasta errores frecuentes en la configuración del narrador o el punto de vista. Sin estas herramientas a mano un taller puede ser divertido, sobrellevar el paso de los años y crear amistades, pero no cumplirá con lo que se esperaba de él a la hora de empezar.

Un escritor siempre sabe deponer frente a los textos de quienes trabajan con él sus propios gustos y manías a la hora de escribir. Ningún escritor de verdad le impondrá a nadie ni sus ideas ni sus maneras ni su estilo. Y un taller guiado por principios literarios y éticos básicos no producirá ristras de textitos de taller, como subrayan algunos escritores que parecen puestos en el escenario para censurar, castigar o burlarse sin un solo libro razonable que les sirva para apoyar la vanidad que los insufla.

Un taller literario es un lugar de transmisión como cualquier otro. En el arte el único misterio que existe es por qué alguien puede llegar por el mismo camino a ser un virtuoso pero no un genio (insisto, V.: El malogrado, de Thomas Bernhard). La genialidad es la excepción. En todos los campos. Desde la literatura hasta el fútbol. Y un escritor no es nada más que alguien que ha resuelto escribir porque le gusta contar historias. La historia de la literatura es sólo eso. Desde el texto más simple hasta el más hermético: una historia. El asunto es cómo contarla. Para eso están los escritores que han pensado en todas y en cada una de las palabras que han escrito y por qué. Para eso no están aquellos para quienes lo único que tiene sentido es el ombligo narcisista de sus tristes tópicos.

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Juan Martini (Rosario, 1944) es escritor. Dirige talleres literarios desde finales de la década de 1990. Este texto fue publicado por la agencia Télam el 15 de noviembre de 2011.

miércoles, 19 de julio de 2017

Esquemas humanos

"La imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos son provisorios." (Borges, "El idioma analítico de John Wilkins")

jueves, 13 de julio de 2017

Ganarte la vida escribiendo

Fotograma de la película 2046 (Wong Kar-Wai, 2004).


lunes, 3 de julio de 2017

Escribir es haber muerto

“Todo el mundo sabe que escribir es haber muerto. Sólo la muerte pasa la vida a limpio y a esa distancia es capaz de reescribirla. Por eso sólo el escritor es quien narra el mundo de los vivos desde el mundo de los muertos.” (Agustín Fernández Mallo, Nocilla Dream, cap. 35)